jueves, 10 de marzo de 2011

NUNCA ME ABANDONES (Never Let Me Go)


País: EE.UU., Reino Unido. Dirección: Mark Romanek. Intérpretes: Carey Mulligan, Andrew Garfield, Keira Knightley, Charlie Rowe, Ella Purnell, Charlotte Rampling. Argumento: Kazuo Ishiguro (novela). Guión: Alex Garland. Música: Rachel Portman. Fotografía: Adam Kimmel. Distribuye en Cine: Fox. Duración: 103 min. Público apropiado: No recomendada para menores de 16 años. Género: Drama, Ciencia ficción. Contenidos: X. Estreno: 18-03-2011.

Niños-medicamento

Kathy es una cuidadora de treinta años que rememora su infancia y adolescencia en Hailsham, un singular centro educativo inglés que alberga a numerosos niños y niñas que no tienen familia y desconocen su futuro, aunque lo intuyen. Les espera un sombrío destino, pues son clones creados para servir como personas-medicamento. Tendrán que donar sus órganos en sucesivas operaciones hasta que su organismo no resista más y completen. La trama se centra sobre todo en la relación de Kathy con su amiga Ruth y con Tommy, del que está enamorada.

Llega a la pantalla la esperada adaptación de la obra homónima del novelista inglés de origen nipón, Kazuo Ishiguro, que no es una figura ajena al mundo del celuloide. Una de sus mejores novelas, Los restos del día, fue llevada con maestría a la gran pantalla por James Ivory, con Anthony Hopkins y Emma Thompson como protagonistas. Incluso se ha lanzado a escribir un guión cinematográfico, La condesa rusa, filmado también por Ivory y protagonizado por Ralph Fiennes y la malograda Natasha Richardson.

Es una lástima que Nunca me abandones no llegue a la altura de su original literario. Se han desaprovechado en la puesta en escena muchas imágenes potentes y emotivas de la novela y sin embargo se ha dado al sexo un protagonismo superior al que tiene en el conjunto del libro, pero sin llegar a sugerir del todo algo que la novela apunta de un modo inteligente pero sutil: la gran confusión y el tono sombrío que adquiere el sexo tanto para los alumnos-clones de Hailsham, como para los profesores. Pues estos les animan a practicarlo, pero a la vez sienten cierto reparo ante unas relaciones que no serán fecundas –los clones son estériles– ni permitirán crear un vínculo estable, pues su existencia está diseñada para convertirles en futuros donantes de órganos.

Tampoco refleja la película la existencia de cierto sentido de culpabilidad en algunos responsables de ese proyecto. La novela lo expresa cuando una de las coordinadoras, Marie-Claude, confiesa entre lágrimas a una Ruth ya adulta que: “Lloraba por una razón totalmente diferente. Cuando te vi bailando aquella tarde, vi también algo más. Vi un mundo nuevo que se avecinaba velozmente. Más científico, más eficiente. Sí. Con más curas para las antiguas enfermedades. Muy bien. Pero más duro. Más cruel. Y veía a una niña, con los ojos muy cerrados, que apretaba contra su pecho el viejo mundo amable, el suyo, un mundo que ella, en el fondo de su corazón, sabía que no podía durar, y lo estrechaba con fuerza y le rogaba que nunca, nunca la abandonara. Eso es lo que yo vi. No te vi realmente a ti, ni lo que estabas haciendo. Pero te vi y se me rompió el corazón. Y jamás lo he olvidado.” (p.333)

A pesar de todo, la película puede suscitar una interesante reflexión ética sobre nuestro mundo y su futuro. Algo que ya lograron películas como Blade Runner, Gattaca o La isla. Lo ideal sería que esta película apelara a las personas que detentan algún tipo de autoridad para configurar el futuro de la sociedad: los científicos y los políticos. Ojalá que estos colectivos no hagan oídos sordos a la función de denuncia profética que ostentan algunos relatos futuristas como Nunca me abandones.

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