sábado, 11 de enero de 2014

Hannah Arendt


Año: 2012. País: Alemania. Dirección: Margarethe von Trotta. Intérpretes: Barbara Sukowa, Axel Milberg, Janet McTeer, Julia Jentsch, Ultich Noethen, Michael Degen, Nicholas Woodeson, Victoria Trauttmansdorff, Klaus Pohl, Harvey Friedman. Guión: Margarethe von Trotta, Pamela Katz. Música: André Mergenthaler. Fotografía: Caroline Champetier. Distribuye en cine: Surtsey Films. Duración: 113 min. Calificación por edades: No recomendada menores de 7 años. Estreno: 05-06-2013.


La banalidad del mal y la radicalidad del bien


En 1960 el Mossad israelí secuestra en Argentina al nazi Adolf Eichmann y lo envía a Jerusalén para ser juzgado por crímenes contra la humanidad. Una filósofa de origen judío, Hannah Arendt (1906-1975), que tuvo que exiliarse a USA para salvar la vida del terror del nacionalsocialismo, recibe el encargo de la revista The New Yorker para cubrir el juicio. Cuando Hannah llega como espectadora a la sala de juicios se sorprende al ver en el banquillo de los acusados, no a un terrible monstruo asesino sino a un ser mediocre, patético y gris, un burócrata que organizaba los trenes de la muerte hacia Auschwitz. Después de revivir su propio pasado como judía perseguida en Alemania (con la paradoja de ser discípula y amante, en su juventud, del filósofo alemán afiliado al partido nazi, Martin Heidegger) y reencontrarse con antiguos amigos sionistas, vuelve a Estados Unidos con mucha documentación para escribir los artículos que le han solicitado y que con el tiempo darán lugar al famoso y polémico libro Eichmann en Jerusalén.


Las polémica se desata porque Hannah no es una periodista en el sentido convencional del término, sino más bien una filósofa que busca comprender cómo se puede hacer tanto mal sin apenas proponérselo (Eichmann asegura en el juicio que nunca hizo daño directamente a ningún judío, que sólo firmaba papeles y cumplía órdenes). Como conclusión de todo ello, Hannah Arendt acuña el término: banalidad del mal. Una expresión que no es bien entendida, sobre todo por los líderes judíos (y por algunos amigos judíos de Hannah), que piensan que Arendt está disculpando al criminal nazi. Lo que sus lectores no llegan a vislumbrar es que la intención de la filósofa es criticar el nihilismo contemporáneo, una actitud que pretende dividir a las personas en vidas útiles y deseadas, y vidas sin valor.


En contra de lo que pudiera parecer, Hannah Arendt no es una película aburrida o pesada, porque la directora consigue combinar momentos de debate filosófico e imágenes originales del juico a Eichmann con amenas tertulias de Hannah y su marido con sus amigos.