miércoles, 16 de febrero de 2011

CISNE NEGRO (Black Swan)

País: EE.UU. Dirección: Darren Aronofsky. Intérpretes: Natalie Portman, Mila Kunis, Winona Ryder, Vincent Cassel, Barbara Hershey. Guión: Andres Heinz, Mark Heyman, John J. McLaughlin. Música: Clint Mansell. Fotografía: Matthew Libatique. Distribuye en Cine: Fox. Duración: 102 min. Público apropiado: No recomendada para menores de 18 años. Género: Drama. Contenidos: VX. Estreno: 18-02-2011.


Descenso a los infiernos

Nina Sayers es una joven bailarina cuya vida está totalmente absorbida por la danza. Vive con su madre, una mujer que abandonó su carrera musical al quedarse embarazada y confía en que su hija logre lo que ella no pudo alcanzar. La oportunidad de triunfar se presenta cuando el director artístico del ballet, Thomas Leroy, decide sustituir a la bailarina principal en la nueva producción de la temporada: “El lago de los cisnes”. Nina hará todo lo posible para conseguir ser la elegida que interprete dos personajes: la inocencia del Cisne Blanco y la astucia y sensualidad del Cisne Negro. Durante los ensayos, presionada por Thomas, y por su propia ambición, Nina emprenderá un descenso al abismo de su personalidad.

Cisne negro confirma a Natalie Portman como una de las mejores actrices del momento gracias a un magnífico talento dramático que le permite superarse en cada nuevo papel (¡ojalá se lleve el Oscar!). Por otra parte, la película nos envuelve en la peculiar atmósfera de Aronofsky, terrorífica a veces, surrealista y agobiante otras. Todo ello reforzado por un montaje dinámico, el empleo de continuas metáforas y numerosas escenas de ballet que harán las delicias de los aficionados a la danza. Otra cosa es que su propuesta temática convenza al espectador más crítico. Es en este punto donde el bello cisne no logra mantenerse a flote.

Aunque se aprecia cierta ambigüedad en la cinta, parece evidente que Cisne negro, por lo menos tal como yo lo veo, está proponiendo una tesis muy discutible, por no decir falaz: El éxito y la perfección de una obra exigen la degradación física y moral del artista. Y aquí es donde la cinta recurre a una serie de tópicos de corte freudiano –algunos parecen destinados a provocar el morbo del espectador– que deforman y simplifican una serie de cuestiones antropológicas trascendentales como son el anhelo por la belleza, la creatividad y la autorrealización en el trabajo.

Para preparar su papel, el director del ballet le propone a Nina, que es una muchacha elegante y austera aunque con desequilibrios emocionales, que explore en su lado más oscuro, que se deje llevar por los impulsos, que se sumerja en su sexualidad. Y Nina, tras un rechazo inicial, va a optar, casi sin darse cuenta, por la fascinación del vértigo, una actitud que no exige nada al principio pero lo promete todo: éxito, creatividad, plenitud personal; para dejar como saldo final el vacío y la desolación.

El delirio del cisne negro

Dicen algunos filósofos que esta pérdida del autocontrol a la que lleva el vértigo, como sucede en la embriaguez, es la causa de que se difuminen los contornos de la personalidad y de la intimidad. Desaparecen así los márgenes que protegen la dignidad personal. El sujeto, arrastrado por este frenesí, no se percibe a sí mismo como un yo distinto de los demás. Desaparece la conciencia de la individualidad personal y se ve a los otros como un único ser con el que hay que fundirse. Por eso el borracho, o el sometido al efecto de las drogas, ejecuta acciones que le resultarían censurables estando sobrio. Y Cisne negro muestra esto con gran originalidad e impacto visual: Nina se ve reflejada en las chicas que se cruzan con ella por la calle, y tras una noche loca de drogas y sexo despierta sin saber qué ha ocurrido en realidad.

Las diversas experiencias que conducen al vértigo –la ambición, el afán obsesivo de placer o la violencia– deterioran la personalidad en uno de sus elementos esenciales: el autocontrol. Pero no queda claro en el filme de Aronofsky si el análisis de ese tipo de conductas se hace con intención crítica o con la finalidad de que el espectador se quede deslumbrado por el espectáculo visual y la soberbia interpretación del reparto, para dejar de lado la reflexión moral que podría suscitar la historia de Nina Sayers.

No acierto a ver en Cisne negro (si algún lector lo descubre que me lo diga, please!) un discurso visual convincente sobre las relaciones entre creatividad y vida, razón e instinto o norma y libertad. Me parece que no se trata de dilemas irreconciliables, sino de contrastes: no hay que escoger entre una u otra de las potencias que mueven al ser humano, sino integrarlas para enriquecerlas. Tampoco se deben eliminar las tendencias. Esto no sería humano. Sin voluntad de placer o de poder el hombre muere, pierde todo interés por la vida. Más bien hay que dejar que la inmediatez del instinto se deje universalizar por la mente y los proyectos de la voluntad. No hay que ser tan ingenuo de tomar el primer valor que descubrimos como la cima de todo valor. Este malentendido es el causante del destino trágico de la protagonista de Cisne negro.

Por el contrario, el ser humano se perfecciona en la medida en que se trasciende al servicio de una causa o en el amor a otra persona. Es decir, la persona sólo se humaniza plenamente cuando se pasa por alto y se olvida de sí misma.

Nada de eso se aprecia en Cisne negro, sino una morbosa reclusión individualista en la propia intimidad, un narcisismo sensorial como espejismo del auténtico encuentro personal. Por eso no queda sitio para el amor, la amistad o el goce estético sereno en esta bella pero trágica película.